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martes, 21 de junio de 2011

el Otro circo

El olor a orines y heces se penetraba hasta en la ropa. Al caminar por los pasillos de las jaulas los animales lloraban desconsolados, se daban aliento entre sí pero nada de eso servía porque hasta en sus entrañas podían sentir el miedo a lo “casi desconocido” (digo casi porque sabían que una vez que los llamaran ya no regresarían a su jaula, sabían que se irían para siempre).

Aun no sé cómo fui a dar al circo, porque no fui invitada, creo que no hay invitados a este circo, uno no puede ir a comprar un boleto ni los venden en ticketmaster, es un evento muy exclusivo.

Mientras seguía atónita observando el grupo de animales e intentando descifrar de qué se trataba todo eso escuche que se iban a llevar al animal de la jaula más grande, era impresionante por su tamaño ya que era muy gordo, caminaba como si su orgullo fuera tan grande como él.

Me arrastré detrás de los trabajadores del circo que lo llevaban a la pista; en ella había solo una silla vacía y una luz muy intensa apuntándole. Entre los bultos vi uno muy grande que se acercaba a la pista, era muy raro porque se parecía mucho al animal, pero como no estaba segura de lo que miraba solo me escondí más y me dispuse a ver.

Un hombre con bigote al estilo Dalí brinco a la pista, era esa figura enorme y pesada que había visto de lejos, llevaba en la mano un fuete y lo azotaba en su pierna.

Silencio en el circo.

-Querido público es para mí un gran honor presentar a este animal, no podrían distinguirlo de no ser porque hemos reducido su existencia a lo más natural de su ser, sin ropas caras, teléfono en mano, admiradores y falso orgullo es un hombre como cualquiera que se caga y se mea al menor susto. Observen bien.-

Era cierto, era un hombre el que estaba ahí, pobrecito, aun no sabíamos – ni él ni yo- lo que le esperaba pero seguro que no era algo bueno porque la cara del hombre de los bigotes de Dalí se iba transformando a una mueca muy perversa con cejas arqueadas y sonrisa de esas que parecen falsas – y lo son-. El hombre caminaba en derredor de la silla. Seguía sin entender.

-Aplausos por favor para el primer animal de esta noche. Será juzgado por todos nosotros, los sin sombra, los que nadie conoce, los que cualquiera quiere esconder. Nosotros que somos la parte más obscura del alma de cualquiera, que no tenemos nombre pero que nos merecemos todo por ser sinceros y no escudarnos tras una moral rancia y estúpida. Por nosotros los Otros.

El aplauso fue ruidoso y en un segundo se llenó el circo de bultos que yo no podía ver porque la luz no me dejaba.

Pobre animal, para él estaba peor porque ese si que no veía nada porque la luz le pegaba de frente y seguro que lo cegaba. Qué desesperación escuchar que le harán algo malo a uno y sin poder defenderse.

Los bigotes de Dalí volvieron a moverse y de su boca escuché: - Everardo Ramírez Iturrioz hoy eres juzgado ante nosotros por no saber dominar tus pasiones. Nunca has sabido controlar tu tripa. Has comido los banquetes más exquisitos hasta saciarte y llevar a tu cuerpo a proporciones absurdas, nadie en su sano juicio puede tener esta cintura – y se tocaba la de él mismo- nadie en su sano juicio le puede hacer esto a su cuerpo, debiste de haber cuidado tu cuerpo como si quisieras buscar la inmortalidad, de nada sirves siendo una bola de grasa que ambula por el mundo. Hoy pagarás por lo que le has hecho a tu cuerpo, por lo que nos has hecho a los dos. Mira lo que me has convertido.

Seguía sin entender pero también el miedo se me metía por todos lados, tenía miedo por el pobre señor Ramirez Iturrioz y por todo lo que podía pasar ahí, el muy imbécil ni se defendía solo lloraba y pedía que le dejaran ver. Pero qué jodidos importa ver en esos momentos si se lo van a cargar, para que quiere ver a su enemigo. Por todas las cosas que le está diciendo seguro que le arranca las tripas o le saca la lengua de un tirón. Ramírez seguía pidiendo que le destaparan los ojos que ya no podía más.

Sentí que el corazón se salía de mi cuerpo cuando sentí una mano en mi espalda, no podía moverme del miedo. Escuche que una voz me dijo “ven”, me tapó los ojos y me llevó a una jaula. Sabía lo que seguía.

Fui presentada como parte de la variedad. “Una mujer que no conoce la diversión ni la embriaguez”

Sentada en la silla donde hace unos minutos había estado el pobre señor gordo Ramirez Iturrioz me encontraba a nada de mearme de miedo. Esperaba solamente la voz del hombre de los bigotes de Dalí.

-Querida Gabriela Quintero Camarena que gusto que estés aquí presente, te había estado buscando por varias partes del mundo, te tenía por animal escurridizo y sin pedirlo has venido a mi- esa no era la voz de los bigotes de Dalí ¡era mi voz! lo podía jurar, era fea y ronca como cuando la escuchaba en las grabaciones y me daba miedo porque pensaba que no era yo, era esa misma voz que toda la vida me ha acompañado, cómo no la voy a conocer. Más miedo.

Sentí un golpe en la cara. Por más que me movía mis manos estaban sujetadas y no podía hacer nada y con los ojos vendados me ponía más ansiosa. No quería ser juzgada, tenía mucho que perder.

Mi voz comenzó a explicarme el motivo de haberme buscado por todo el mundo ¿acaso era yo esa que estaba hablando de mi? No podía ser, digo me fallaba la autoestima pero tampoco me consideraba una porquería.

Fui acusada al igual que el señor Ramirez Iturrioz de no dominar mis pasiones, de haber creído en Dios, de gastar mi energía presumiendo una inteligencia que jamás utilicé, fui acusada de timidez – no sabía que eso era malo- de no saber robar besos, de conformarme creyendo que era una buena persona con la cabeza agachada. Fue mi propia voz la que me acusó de todo eso. Más que miedo me daban ganas de reír, seguro que era un sueño.

La mujer que había robado mi voz me dijo que era tiempo de vencerme. Mientras lo decía el público comenzó a gritar para animarla, ahí fue cuando volví a preocuparme. Los Otros gritaban “Fin, fin, fin,fin…” Chingado de qué podría ser el fin ¿el mío? ¿el del sueño?

Escuché la voz y sentí su aliento en mi oído cuando me dijo “adiós”y una pequeña risita se me metió en la cabeza y sentí la venda caer.

La luz me cegó un instante, luego lo pude ver claramente. La figura de carne y hueso que estaba frente a mi desde la que emanaba mi voz era yo, con mi cabello rizado, mis ojos grandes, mis labios, mi nariz de Cyrano de Bergerac, con mi ropa favorita, esa de la que se deja solo para las ocasiones especiales, era yo, estuve completamente segura cuando me metí en sus ojos. Por un instante nos conectamos, vivimos lo mismo, al mismo tiempo solo que ella era el infinito de posibilidades que nunca realicé por miedosa y yo la acción en la realidad concreta. Ella era una versión de mi sin miedo, fuerte, grande, sin Dios, completamente Libre. Ella era la Gabriela de la risa enérgica, la de los pensamientos oscuros sin remordimientos, aquella que siempre me dio vergüenza y por eso quería esconder. Ese fue el momento en que nos encontramos y el mundo se rompió para mí. Sentí un golpe en el pecho, algo se desprendió de mi, creo que era mi alma y desde afuera vi como mi cuerpo se escurría por la silla con los ojos muy abiertos llenos de la nostalgia de aquello que pudo ser y no fue, nostálgicos de no haber hecho lo que quise, triste del propio fin que me había puesto.

Aquella Gabriela ha muerto, pero en mí viven los recuerdos.

Como se imaginaran era el circo de los Otros y cada uno de los espectadores tenía un animal idéntico a sí mismo en cada jaula. Iban por todo el mundo buscando al doble débil para juzgarlo y darle fin y llenar el mundo de los verdaderos seres. Cuando el Otro mata al real, deja de ser Otro y se convierte en Único.

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Primer cuento del ejercicio en compañía de Jorge Barcena y Miriam Ibarra

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