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lunes, 9 de febrero de 2009

la peste

Espero que los cigarros me duren lo suficiente para contaminarme del humo de la nostalgia.

Debido a que a mis 27 años sigo siendo una mantenida por la caridad de mi padre y una vaga que tiene sobre mi mala fortuna para encontrar empleo, sigo haciendo lo que me da la gana.

Después de Hermosillo, el último fin de semana de enero me largué a la playa. San Felipe. Ese puerto siempre me ha parecido feo, es muy calmado y por lo general la playa es sucia (recuerdo haber visto pañales flotando hace unos años). Esta vez el plan fue sencillo, acampar, leer, comer, dormir, cagar, platicar y hacer hermosas fogatas hipnóticas.

Jugué mucho con mis emociones en este viaje. Estaba tirada en la arena, dorándome la piel, como si el cáncer no existiera y me dispuse a continuar mi lectura de 100 años de soledad. La muerte de José Arcadio Buendía me sorprendió al medio día, sentí el estómago revuelto, la mirada clavada en la arena y una tristesa pesada. Úrsula me siguió sorprendiendo y mi admiración al cabrón del coronel Arcadio Buendía se hizo mayor. Remedios la bella me cautivó con su parsimonia. Las muertes, los golondrinos del coronel, el tazón de café sin azúcar, la casa, los olores de la nostalgia, el miembro descomunal de José Arcadio, los libros de Melquiades, la frase de Carnicero "hijo de puta nací, hijo de puta me muero" me revolcaron en la arena de la belleza que emana esa novela.

Siembre estuve renuente a leer a Gabriel García Márquez, me daba no sé qué agarrar sus novelas, odio cuando la gente se refiere a él como "el Gabo" con esa confianza como si fuera un amigo más, pero no tardé tanto en encontrar mi error. Por mucho García Márquez es el escritor menos pretencioso que he leído. Milán Kundera me dejó muy claro el concepto de la inmortalidad en la literatura, creo que el autor de 100 años de soledad así como la estírpe de los Buendía quedarán plasmados en el corazón de cuanta persona los conozca.

El lunes, el calor y el sueño de mi amiga me hicieron aburrirme, mis ojos estaban cansados por la lectura, el estómago y el alma también. Me fui a caminar por mucho tiempo, di vueltas, baile con Edith Piaf, Jaques Brel y Beirut, jugué con mis recuerdos y me contamine de la peste.

La peste del mar es la reflexión. Invocación del vientre materno, lo que sea, lo que pueda ser, pero me contaminé. Es un estado de pensamientos acelerados, es como repasar de memoria todo cuanto se ha hecho en un periodo de tiempo definido, una situación en especifico, que puede ir desde por qué tomo leche deslactosada, hasta porque los valores de la sociedad actual son tan volátiles. Claro, como buena mujer que me preocupo por las cosas que deberían de ser menos importantes, no dejé de pensar en mi situación amorosa actual; estoy asustada por la reciente ruptura de la pareja que formé. El horizonte se hace infinito, mis ojos están dispersos y vuelvo a estar a merced de la fortuna. Llegué a pensar que me quedaría con él para toda la vida, no sé como, no se dónde, pero con él.

Pienso que cuando una pareja se separa, debería de ser obligatorio reírse, festejar, a final de cuentas si tronó fue para que las dos personas se liberaran del vínculo que estaba causando molestas, incluso el estado de "no felicidad". Ahora no me encuentro mal, le estoy viendo el lado bueno, ahora no estoy atada a alguien que no tiene tiempo para mi y el tiempo que le dedicaba a esa relación se lo dedicaré a otras cosas como un taller de ajedrez al que quiero asistir, estar mas con los amigos y principalmente poder tener mi mente tranquila, sin pendejadas, abierta, receptiva para las hermosas materias que curso este semestre.

Afortunadamente hay antídoto para la peste y esa es la cotidianidad, los vicios, la evación a través del sueño y el autoengaño.

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